Corto de una profundudad feminista muda insondable; divino en su fotografía salvaje pero intelectual en toda la filosofía que no tiene necesidad de mencionar, ni sugerir porque no le interesa pero que, a las claras, se evidencia con aquella ridícula transmisión radial donde se escucha mencionar -por respeto o mantra tradicional, o vestigio fanático popular o lo que el espectador guste- el nombre propio y una hazaña del héroe popular masculino Temujin o sea Genghis Khan.

¿No es una burla? Una mujer embarazada con su hija de 6 o 7 le calculo, comiendo pobre y resistiendo el aullido feroz de los lobos y soportando el frío inhumano en su casucha, pero el vox populli se rinde pleitesía y glorifica a una imagen, así tal cual, como si se hablara de la Vuirgen María en tiempos de peste o una trinchera repleta de muertos.

Las horas pasan, y los días y el temporal ocasiona una angustia insufrible y veremos asomarse o más bien mirar desde el interior a una madre sin quejas. En algún momento desaparece el rebaño que les sustenta, y temen hayan sido los lobos; la madre llama a la pequeña hija, “Angara, vámonos” cuando la niña montada se queda estupefacta por las cabras muertas, a media estepa, y las secuencias en la noche con la antorcha, Dios, qué trabajo tan sencillo y bien hecho. Sublime cuidado en la cinematografía.


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