Paradójicamente,los trazos del dibujante de cómic e historietas Yann Kerran -con ecos a la técnica monocromática sino-japonesa sumi-e guardan un delicado paralelismo con el propio ritmo y estructura minimalista del argumento en la trama. El visitante francés llega a Sokcho y se hospeda con Mr.Park para quien trabaja la secretamente, discretamente soñadora Soo-ho, y pronto la hosca empleada deberá tratar con el indiferente y algo egoísta autor de best seller. ¿Paseo excéntrico a la DMS Zona desmilitarizada?¿cena autóctona coreana entre desconfianza?

Este suspiro narrativo invita a explorar la mutua redención entre una tortuga, el escritor aparentemente en busca de inspiración pero defensivo en su caparazón, y el cangrejo ermitaño que a veces sale de su hueco sentimental-al menos para cortar con el novio narcisista-, la chica de 25 que sin decirlo ama a su terruño y que cocina y limpia los cuartos y ríe con su madre quien padece una enfermadad que apenas quiere tratarse, y casi al final cunado las visita la insoportable abuela, evidencia que no le ha contado a su hija cómo la abandonó el papá antes de nacer, a pesar de saber que ya estaba embarazada. La sinopsis dice que es justamente en el invierno que ambos forjan una silenciosa conexión, es cierto pero Kamura nunca permite que los clichés manipulen el libre y natural curso de la relación que, como le dice Kerran cuando es interrumpido mientras trabajaba, solo son un cliente y la empleada; un cliente que pronto partirá.

La historia tiene un ritmo acompasado, casi de contemplación que la vuelve irresistible para los que nos oponemos a las escenas comerciales de relumbrón. Me agrada la escena en que guiado por ella, ambos adivinan formas que se vislumbran en las montañas del Parque Nacional Seoraksan, una reserva de la biosfera de la UNESCO en Corea del Sur. Pero además, fijaos la cámara en los platillos rebanando literalmente las cabezas de ambos, foto que posa en la mesa y la cocina autóctona, la escena en que él le pidió salir a cenar pero los sitios a los que ella lo invita lucen poco fancies o sofisticados. También aprovecha a recordar a su hijo y ex mujer. Pero la escena de emociones mezcladas es la elección de su vestido hanbok para la celebración importante en Corea del Seollal. Cena que lamentablemente será amarga por descubrir que su padre las abandonó. Es poco usual, por no decir rarísimo que un cineasta contemporáneo tan joven como Koya Kamura sepa muy bien como rematar una historia, sin payasadas sin chantajes ad misericordiam ni efectismo lacrimógenos de Netflix y otros.


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