Una obra dramática invencible, esculpida para el cine. ¿Alguien se atreverá a hacer una nueva versión de esta impresionante adaptación? Lo dudo, es insuperable. El hipócrita por excelencia, Absalón (citado últimamente por Gaspar Noé en su Lux aeterna), que minutos antes de poner a Marte de Herlof en el fuego fue capaz de arrepentirse y salvarla, como hizo con la madre de su joven esposa Ana, la exorciza para que se arrepienta en su lugar. Friedrich Nietzsche, el vitalista por excelencia, habría alabado a Marte de Herlof. La primera gran lección que ella enseñará a Absalón y a todo el estúpido tribunal inquisitorial que le precede es el desprecio por sus salmos, sus promesas de salvación y los textos sagrados con los que se jactan. Les dice: «Dejen de ser estúpidos, ¿creen que me interesa la vida eterna en otro lugar, creen que le temo al cielo o al infierno? ¡Temo por mi vida!». ¡No quiero morir quemado! Qué escena, extraordinaria sobriedad en el guion, casi pulcro y preciso como un relojero en plata sobre gelatina; muy aparte, puf, envidiable habilidad con los contrastes de luz y los cameos. Pero el karma inmemorial o la misteriosa condena por nuestros actos devuelve las acciones a Absalón y él conocerá la risa de su joven esposa cuando ella esté con su hijo pequeño. En general, la cinta trata sobre la calumnia, las blasfemias inventadas para subyugar y, en cualquier caso, justificar la persecución con motivos e intereses particulares. En cualquier caso, Absalón posiblemente logró la redención antes de su muerte a través de la metacognición del daño que le hizo a Anne al casarse con ella sin que ella lo amara.