Parafraseando a mi adorable madre María Luisa que repite “cuando el destino nos alcance”, se podría replantear su apotegma con un cariz actual y decir, cuando la ficción nos devore. La sutil pero inquietante proximidad de la ficción que devora por completo a lo real para convertirse en lo “real”, en esta joya de la literatura universal donde parece presagiarse que la mente humana puede construir seres oscuros que edifican civilizaciones con realidades alternativas tan poderosas, las cuales llegan a desplazar la realidad de la que se originaron.
Para los no familiarizados con el relato: El narrador de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, describe cómo descubre la existencia de un lugar llamado Uqbar gracias a la conjunción de un espejo y una enciclopedia titulada -The Anglo-American Cyclopaedia- (1917), una reimpresión de la “Encyclopaedia Britannica” de 1902. Este descubrimiento ocurre en una quinta en Ramos Mejía, durante una conversación con Bioy Casares sobre la construcción de una novela en primera persona con un narrador que distorsiona los hechos, permitiendo a pocos lectores inferir una realidad oculta. Mientras disertan, un espejo en el corredor les provoca inquietud, y Bioy recuerda una sentencia de un heresiarca de Uqbar que declara abominables los espejos (Boorges y los espejos merece per se un artículo) y la cópula por multiplicar a los hombres. Sin embargo, al buscar en la enciclopedia en la quinta, no encuentran mención de Uqbar en los volúmenes esperados, lo que lleva al narrador a dudar de la existencia de tal lugar y a pensar que Bioy improvisó la historia.
Al día siguiente, Bioy contacta al narrador desde Buenos Aires y le informa que encontró el artículo sobre Uqbar en el volumen XXVI de la misma enciclopedia, con una referencia a la doctrina del heresiarca que coincide casi exactamente con lo que había mencionado, aunque con una redacción algo inferior. El texto describe cómo para ciertos gnósticos de Uqbar el universo visible es una ilusión, y los espejos y la paternidad son odiosos por multiplicar y difundir esta ilusión. Intrigado, el narrador examina el volumen traído por Bioy, notando que tiene páginas adicionales no presentes en su propio ejemplar, y aunque el artículo parece verosímil, contiene vaguedades y nombres geográficos y históricos poco reconocibles, como Tsai Jaldún o Esmerdis el mago, usados de manera ambigua. Además, se menciona que la literatura de Uqbar es fantástica, refiriéndose siempre a regiones imaginarias como Mlejnas y Tlön.
En algún momento el narrador (hay tantos niveles de conciencia aquí que ya no estoy tan seguro de seguir creyendo que sea Borges dicho relator) consigue un tomo de “A First Encyclopaedia of Tlön”, un libro en inglés de 1001 páginas que detalla la historia, cultura y metafísica de un planeta desconocido llamado Tlön, con un rigor y coherencia sorprendentes, sin aparente intención paródica. Este tomo, parte de una serie aludida por otros volúmenes, describe un mundo donde las naciones son idealistas y el universo se concibe como una serie de actos mentales sucesivos en el tiempo, no espaciales. En Tlön, el idealismo total invalida la ciencia convencional, ya que explicar un hecho es asociarlo con otro, lo que se considera un estado mental irreductible y subjetivo, incapaz de iluminar la realidad anterior (uno de los personajes de “Gog” de Giovanni Papini tiene un divertido anécdota sobre esto pero no sigo con la digresión). Esto lleva a una proliferación de filosofías dialécticas y sistemas de pensamiento paradójicos. De este modo, los objetos y textos de Tlön comienzan a aparecer en el mundo real, complementando un plan vasto y metódico cuya contribución individual es mínima, pero cuyo impacto colectivo es abrumador. La prensa internacional divulga este “hallazgo”, y manuales, antologías y versiones de la obra de Tlön inundan el mundo. La humanidad, seducida por el rigor ordenado de Tlön, empieza a ceder ante esta construcción intelectual, olvidando que es un laberinto creado por hombres, no por ángeles. La realidad misma parece desaparecer bajo la influencia de este cosmos ficticio, evidenciando la fragilidad de nuestra percepción del mundo y nuestra disposición a someternos a sistemas de orden aparente, irónicamente tal y como ha sucedido con los enormes sistemas de pensamiento del pasado.

aceptemos que en Tlön, el universo no es espacial sino temporal, compuesto de procesos mentales independientes, lo que tarde o temprano niega la permanencia de lo material, desintegra lo real concreto y con el tiempo cuestiona la validez de la ciencia y el razonamiento causal para aceptar la nueva realidad como válida.
El relato de 16 páginas de Borges termina con la premonición de que en cien años alguien descubrirá los cien tomos de la Segunda Enciclopedia de Tlön, puf, ¿espeluznante? O tal vez no. El final es como una premonición de la completa “sustitución de nuestra realidad por la ficticia”. Paradoja: ¿puede un subconjunto o miembro de una clase convertirse en la clase misma?, ¿puede un individuo o especie convertirse -en determinado momento, con el paso del tiempo- en el género sin dejar huella de género del que se produjo o deriva como individuo? Y para no hacer quedar mal a la Habilidades de Pensamiento Crítico: ¿Hay autorreferencialidad en este planteamiento literario de Borges? Por supuesto….
El narrador demuestra una conciencia sobre su propio proceso de pensamiento al reflexionar sobre sus dudas iniciales respecto a la existencia de Uqbar, cuestionando si Bioy inventó la historia (autoobservación de sí desde la duda). Además, analiza críticamente los textos y su impacto, mostrando un nivel de autoconciencia sobre cómo las ideas de Tlön afectan su percepción y la de la humanidad. Esta capacidad de pensar sobre el pensamiento mismo, de evaluar la validez de lo que lee y experimenta, es un claro ejemplo de metacognición.
A partir de la premonición del relato sobre la completa sustitución de nuestra realidad por la ficticia de Tlön, donde se sugiere que en cien años alguien descubrirá los cien tomos de la Segunda Enciclopedia de Tlön, se plantea una paradoja fascinante: ¿puede un subconjunto o miembro de una clase convertirse en la clase misma? En otras palabras, ¿puede un individuo o especie transformarse con el tiempo en el género que lo contiene, sin dejar huella de su origen?
Desde un punto de vista filosófico y narrativo, Borge filosofa respecto a que sí es posible que un subconjunto (Tlön, una construcción ficticia creada por una sociedad secreta de intelectuales pueda llegar a reemplazar la totalidad de la realidad (el mundo humano tal como lo conocemos). Esto se refleja en cómo la humanidad, seducida por el rigor y la coherencia de Tlön, comienza a olvidar su propia historia y a aceptar un pasado ficticio que desplaza al real. La paradoja radica en que Tlön, siendo un producto de la imaginación humana, una mera parte de la capacidad creativa de nuestra especie, termina por absorber y redefinir la totalidad de la experiencia humana, actuando como si fuera el género o la clase misma de la realidad. Aquí, lo ficticio no solo imita lo real, sino que lo suplanta, cuestionando los límites entre ambos.
En cuanto a si esto puede ocurrir sin dejar huella del género del que se originó, el texto implica que tal transformación es posible en la percepción humana, ¿podríamos preguntarnos si acaso no es necesariamente en un sentido absoluto? La narrativa señala que la humanidad “olvida y torna a olvidar” que Tlön es un constructo humano, un “rigor de ajedrecistas, no de ángeles”. A las claras se vislumbra entonces que, aunque las huellas del origen de Tlön (su creación por una “dispersa dinastía de solitarios”) podrían persistir en algún nivel objetivo, la conciencia colectiva las ignora, permitiendo que el subconjunto se perciba como el todo sin referencia a su génesis. Desde una perspectiva filosófica, esto recuerda a las ideas de Nietzsche sobre la “voluntad de poder” o a las teorías posmodernas de Baudrillard sobre la hiperrealidad, donde las simulaciones pueden superar y reemplazar lo real sin que se perciba su origen artificial.
sí la hay en este planteamiento. El relato mismo, al narrar la creación y difusión de Tlön como un producto de la mente humana que termina por dominar la realidad, refleja el acto de escritura del propio Borges (o del autor implícito). Es decir, el texto se refiere indirectamente a su propia naturaleza como una obra ficticia que, al igual que Tlön, busca influir en la percepción del lector, desdibujando las fronteras entre lo real y lo imaginado. Además, la mención de debates académicos sobre la existencia de otros tomos (como los de Néstor Ibarra o Alfonso Reyes introduce una capa de autorreferencialidad al imitar el mundo literario y crítico en el que Borges mismo participaba (Von Foerster estaría orgulloso del argentino), sugiriendo que la literatura puede, como Tlön, construir mundos que desafíen la realidad. Así, el relato se convierte en un espejo de su propio tema, un juego metaficcional donde el autor se inserta en la paradoja de crear una ficción que aspira a reemplazar lo real.
De este modo, el relato plantea que un subconjunto puede convertirse en la clase misma, al menos en la percepción humana, al borrar las huellas de su origen mediante el olvido colectivo. La autorreferencialidad en esta idea radica en cómo el texto refleja su propia capacidad de influir en el lector, emulando el proceso de Tlön al cuestionar la naturaleza de la realidad que habitamos. Por ello, tal como inicié con sarcasmo, cuando la ficción nos alcance es pribable que ni siquiera cuenta nos demos que a narrativa la llamamos real desde hace tiempo.

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