La filosofía en el surrealismo del Sanatorio bajo la clepsidra de Bruno Schulz. Por Fernando Figueroa
Bruno Schulz, hoy un autor marginal, ya de por sí fue un genio marginal en su propio tiempo en su natal Drohobycz entonces ciudad polaca, hoy ucraniana donde justamente escribió esta colección de relatos titulada “Sanatorium pod Klepsydrą”, Sanatorio bajo la clepsidra en 1937. De hecho, el relato más filosófico es el que da el título al compendio y al que dedicaré más reflexión. Antes de platicar sucintamente cada uno de los relatos es importante recordar el milieu de la Galitzia completamente hostil donde pasó sus años Schulz. La tensión fue latente ya sea por el Partido Nacional Democrático polaco que promovía consignas como swój na swego para favorecer abiertamente a polacos y ucranianos), excluyendo a judíos del comercio mediante tiendas étnicas. O bien, porque fue común el conflicto reflejado en “La calle de los Cocodrilos” con comercios que mezclaban devoción religiosa y prácticas mercantiles modernas, creando una cotidianidad antisemita y corrupta. Platicaré los relatos y dejo para plato fuerte el surrealismo del cuento “Sanatorio bajo la clepsidra”.

El Libro
Se nos guía en este cuento por una experiencia personal per se y de hecho, al punto de mística relacionada con un objeto al que llama simplemente “el Libro”, un símbolo de trascendencia y maravilla que trasciende cualquier descripción o adjetivo. Este libro no es solo un objeto físico, sino una puerta hacia lo inefable, un medio para conectar con una dimensión de asombro y percepción que sobrepasa la capacidad humana de expresión. El narrador describe cómo, en su infancia, este libro reposaba en el escritorio de su padre, quien parecía sumergirse en sus páginas con una reverencia casi religiosa, desentrañando sus secretos mientras manipulaba calcomanías que revelaban colores y formas divinas. Por supuesto, impregnado de una nostalgia infantil: el niño observa a su padre con admiración, rodeado por un entorno mágico donde el viento hojea las páginas del libro, liberando imágenes de pájaros y colores que se esparcen por el paisaje. La habitación misma se transforma en un cosmos en miniatura, con lámparas que proyectan arcoíris y un ambiente de conexión íntima entre padre e hijo. No es solo una memoria, sino una metáfora de la búsqueda del conocimiento y la trascendencia, un intento de capturar algo eterno en medio de lo cotidiano. La ausencia de la madre en estas memorias subraya la exclusividad de este vínculo paterno, mientras que las imágenes poéticas —como el libro que se abre como una rosa de cien pétalos— refuerzan la idea de un misterio que se revela poco a poco, pero que nunca se agota.

Desde un punto de vista filosófico, “El Libro” puede conectarse con las ideas de Martin Heidegger sobre el “Ser” y la experiencia de lo trascendental. Heidegger explora cómo los seres humanos intentan comprender el sentido del ser a través de encuentros con lo inefable, algo que parece resonar con la incapacidad del narrador para describir plenamente el impacto del Libro de su memoria. Imposible que en “El Libro” resuenen las ideas de Walter Benjamin sobre el “aura” de los objetos, especialmente aquellos cargados de memoria y tradición, que en la era de la reproductibilidad técnica tiende a perderse. Dicho objeto numinoso diría Mircea Eliade, único e imbuido de un significado casi mágico por el padre y el niño, posee esta aura benjaminiana.
“La Época Genial”
Relato que reflexiona sobre el tiempo y los eventos que no encajan en su flujo lineal, presentando una visión alternativa del devenir temporal. Este ejercicio cognitivo respecto al tiempo puede verse como antesala al relato de “Sanatorio bajo la clepsidra” donde el tiempo es relativo por la pérdida del padre del narrador. Dados los antecedentes que esbocé de Schulz en el Drohobycz que está a punto de sufrir en unos años el terror Nazi, no es raro que el ánimo desgarrador cuestione la estructura convencional del tiempo, donde los eventos se suceden en una cadena de causas y consecuencias, y propone la existencia de “carriles paralelos” o ramificaciones del tiempo, lugares donde los sucesos no clasificados encuentran su espacio. Este concepto de tiempo no lineal se introduce con un tono de urgencia y desesperación, como si el narrador buscara desesperadamente un lugar para ubicar una historia que no encaja en el orden establecido. La narrativa da un giro emocional cuando describe un episodio de intensidad con su madre, quien intenta calmar un grito de angustia del narrador, mientras él señala una “columna de fuego” que atraviesa el aire, simbolizando quizás una revelación o un momento de crisis existencial. Este fragmento está cargado de imágenes viscerales y simbólicas, como la estufa que parece a punto de estallar, lo que sugiere una tensión interna que no puede contenerse. Ambientado a finales del invierno, es retrato de un mundo dolorosamente en transición, donde los días cálidos y los colores prismáticos del sol anuncian un cambio, pero también un desasosiego profundo.
Filosóficamente, este relato puede relacionarse con las ideas de Gilles Deleuze sobre el tiempo y la diferencia. Deleuze, junto con Félix Guattari, explora en Mil Mesetas cómo el tiempo no siempre es lineal, sino que puede ser rizomático, con múltiples líneas y conexiones que desafían una estructura jerárquica. Para Deleuze y Guattari, el rizoma implica un tiempo “acentrado” y “no jerárquico”, donde pasado, presente y futuro coexisten en una red de multiplicidades. Schulz, atrapado en una ciudad invadida sucesivamente por soviéticos y nazis, vivió una realidad donde el colapso de los órdenes políticos y sociales fracturó toda linealidad histórica. Su intento fallido de escapar en 1942 y su asesinato durante una “acción salvaje” de la Gestapo reflejan cómo los eventos no siguieron una progresión causal, sino que emergieron como nodos caóticos en una trama rizomática. La idea de los “carriles paralelos del tiempo” parece alinearse con esta visión no convencional. El rizoma subvierte la idea de identidad fija: en lugar de un “yo” estable, hay “devenires” que se conectan con fuerzas externas. Schulz, judío asimilado en una Polonia antisemita, encarnó esta tensión. “El sanatorio bajo la clepsidra” transforma la realidad en un universo onírico personal -Dios sabrá si consciente o no- donde el tiempo se diluía, una estrategia creativa que Deleuze vincularía a las “líneas de fuga” para escapar de las estratificaciones sociales.”Las líneas de fuga no son pasivamente sufridas, son positivamente creadas, inventadas, pobladas”. Véase Gilles Deleuze | Félix Guattari pág. 38 y ss. Ed. Pre-Textos.1976.

La Primavera
La Primavera es un cuento repleto de lirismo a dicha estación que se desvela como más verdadera y vibrante que cualquier otra, una primavera que toma su manifiesto al pie de la letra y se compromete a cumplir sus promesas de renovación y plenitud. El narrador describe esta estación con un entusiasmo desbordante, utilizando metáforas de colores festivos y telegramas felices, como si la primavera fuera una revolución en sí misma, un desfile de infinitas manifestaciones. Sin embargo, hay una melancolía subyacente, ya que otras primaveras han traicionado sus ideales, diluyéndose en el murmullo de los jardines y olvidando su propósito. Esta primavera, en cambio, se niega a rendirse, buscando establecerse como un fenómeno definitivo y general en el mundo. El relato también introduce elementos de interacción personal, como el encuentro con Shloma, quien reflexiona sobre el simbolismo de un zapato de Adela, viéndolo como una provocación y un objeto de poder irresistible, lo que añade un matiz de deseo y conflicto a la narrativa. Este fragmento combina lo lírico con lo humano, mostrando cómo las grandes ideas de renovación chocan con las pasiones y obsesiones personales.
La Noche de Julio
El lector se adentra a una noche de verano durante las vacaciones de bachillerato del narrador, explorando la intensidad y el misterio de la oscuridad estival. Se describe un cortejo fúnebre y un viaje hacia un puerto, donde el narrador, junto con Bianca y otros personajes, despiden a un difunto. Hay un tono de melancolía y resignación, mezclado con momentos de generosidad, como cuando Rodolfo asegura la vejez de unos “héroes errantes” mediante la compra de organillos. El clímax del relato ocurre cuando el narrador intenta un acto dramático con una pistola, pero es interrumpido por un oficial de gendarmería que lo detiene por un sueño vigilado y condenado por altas instancias. Este giro introduce un elemento surrealista que se verá coronado en el relato “Sanatorio bajo la clepsidra”, donde los sueños tienen consecuencias legales, sugiriendo un mundo donde lo onírico y lo real se entrelazan de manera opresiva. La narrativa refleja una exploración de la libertad, el destino y la justicia, con un trasfondo de pérdida y despedida. Sociológicamente podemos pensar en Norbert Elias y sus reflexiones sobre el proceso civilizatorio, ya que el control de los sueños y las acciones del narrador sugiere una sociedad que regula incluso las dimensiones más internas del individuo.

Mi Padre Entra en el Cuerpo de Bomberos
En este relato, el narrador describe un viaje de regreso con su madre desde un balneario en una región forestal. El trayecto, realizado en un enorme carruaje que parece una taberna móvil, está impregnado de una atmósfera de transición otoñal. Al llegar a una encrucijada ventosa, el paisaje se torna inmenso y desolado, con un cielo profundo y un poste fronterizo semiborrado que marca un límite simbólico. El otoño se presenta como una estación de tedio y eternidad, con hojas ocres y un vacío que parece trascender el tiempo y la realidad. El carruaje se sumerge en este paisaje como si fuera a quedar varado para siempre, convertido en una ilustración olvidada. Este fragmento evoca una sensación de estancamiento y pérdida, donde el entorno natural refleja un estado interno de melancolía y resignación. La figura del padre, que paga el peaje, aparece como un guía en este cruce de mundos, mientras el narrador y su madre se enfrentan a la inmensidad del paisaje y a la inevitabilidad del cambio estacional.
Desde una perspectiva filosófica, este relato podría conectarse con las ideas de Edmund Husserl sobre la percepción y el tiempo vivido. La descripción del paisaje otoñal como un espacio donde el tiempo parece detenerse refleja la noción husserliana de la “retención” y la experiencia subjetiva del tiempo. Os invito a revisar “Lecciones sobre la fenomenología de la conciencia interna del tiempo” (1905-1910) y se aplica a dicha noción medular en su análisis de la conciencia temporal:Retención como estructura básica del tiempo subjetivo:
Primer momento (retención primaria) de la rememoración (retención secundaria). Mientras la primera permite retener el pasado inmediato en el presente (como la persistencia de una nota musical recién escuchada), la segunda implica un acto deliberado de recordar. La retención no es un recuerdo, sino una modificación continua de la percepción que mantiene vivo el “hace un instante” en el ahora.
La Temporada Muerta
La Temporada Muerta describe un amanecer claro y tranquilo en la casa del narrador, donde el sol temprano baña el ambiente con un resplandor casi sagrado. A las cinco de la mañana, la casa está sumida en un silencio profundo, interrumpido solo por los suspiros de los durmientes y el juego de luces y sombras en las cortinas. El padre, incapaz de dormir, desciende a abrir su tienda, enfrentándose al “ataque” del fuego solar mientras se funde momentáneamente con la fachada del edificio, como si se convirtiera en parte del entorno. Este relato captura la quietud de las horas matutinas como un momento de introspección y conexión con lo cotidiano, pero también con lo trascendental. La descripción de la acacia proyectando sombras y el incendio de la mañana en las cortinas sugiere una fusión entre lo natural y lo humano, un instante de armonía antes de que el día comience plenamente. La figura del padre, cargado de libros, representa una búsqueda constante de conocimiento o propósito, incluso en las horas más tempranas
Y finalmente
Sanatorio bajo la Clepsidra
El periplo hacia el Sanatorio comenzó con un viaje que parecía suspendido en un limbo temporal (primera visión sospechosa de las perspectivas rizomáticas de Deleuze y de retención antedichas. El tren, una reliquia de épocas olvidadas, traqueteaba por una línea ferroviaria secundaria, apenas transitada, donde el eco de la modernidad no llegaba. Los vagones, vastos como salones de un pasado remoto, estaban impregnados de una frialdad inquietante, con pasillos que serpenteaban en ángulos imposibles y compartimientos desiertos que evocaban un abandono sepulcral. El viento, un intruso constante, se colaba por las rendijas, helando el ambiente y calando hasta los huesos. Los pocos pasajeros que compartían el trayecto se agazapaban en el suelo junto a sus bultos, reacios a ocupar los asientos de plástico, cuya textura pegajosa y gastada repelía cualquier intento de confort. En las estaciones, desoladas y sin vida, nadie subía ni bajaba; el tren simplemente reanudaba su marcha, silencioso, como un sonámbulo que no despierta jamás. De plano, incursión en el surrealismo o Re asimilación identitaria del presente.

EL hilo tembloroso y estupefacto de lo narrado dice “Durante un tramo del viaje, un hombre de uniforme ferroviario, con el rostro hinchado y un pañuelo apretado contra la piel, me acompañó en un mutismo resignado. Sin embargo, desapareció en algún momento, dejando tras de sí un hueco en la paja del suelo y una maleta olvidada. Continué mi recorrido por los vagones, tropezando con los desechos y la paja, hasta encontrar al revisor, una figura de negro que, con ojos vacíos, me anunció que habíamos llegado. El tren se detuvo sin estrépito, como si la vida misma lo abandonara lentamente. No había estación ni edificio alguno; solo un sendero angosto que se adentraba en la penumbra de un bosque denso me indicaba la dirección del Sanatorio. El paisaje que me rodeaba era un lienzo de grises, un día apagado y sin matices que parecía pesar sobre el horizonte. La vasta extensión forestal se desplegaba en tonos oscuros, con copas de árboles que se fundían en la distancia, creando una sensación de solemnidad impávida. El bosque susurraba con un murmullo que recordaba el avance imperceptible de la marea, mientras el sendero blanco ascendía por la cresta de una colina, como si fuera absorbido por una sinfonía de notas invisibles. Al cortar una rama de un árbol cercano, noté el verde profundo, casi negro, de su follaje, un color tan saturado que evocaba un sueño reparador, una paz resignada que no buscaba consuelo en tonalidades más vivas. El bosque se tornó oscuro como la noche mientras avanzaba por una alfombra de agujas de coníferas. Al cruzar un puente de vigas resonantes, emergió ante mí el Sanatorio, un edificio de paredes grises y satinadas ventanas, envuelto en un silencio ceremonial. La doble puerta de vidrio estaba abierta, y un pasillo en penumbra me recibió con una quietud opresiva. Mientras recorría el lugar, una limpiadora salió apresurada de una habitación, apenas comprendiendo mis palabras cuando le pregunté por mi reserva. Confusa, sugirió que esperara en el restaurante, murmurando que todos dormían y que aquí nunca llegaba la noche. El restaurante, semioscuro y vacío, exhibía un mostrador lleno de tartas y pasteles que despertaron mi apetito. Sin embargo, nadie respondió a mis intentos de llamar la atención. En una sala contigua, los restos de una comida reciente yacían sobre las mesas, un testimonio mudo de una presencia que había desaparecido. Justo cuando consideraba servirme yo mismo, la asistenta reapareció para guiarme al encuentro del doctor Gotard. Sus movimientos, cargados de una extraña coquetería, me condujeron por pasillos cada vez más oscuros hasta la puerta del doctor. El doctor Gotard, un hombre pequeño pero de presencia imponente, me recibió con una sonrisa que no lograba disipar mi inquietud.

Confirmó que mi padre, el motivo de mi viaje, estaba vivo, aunque bajo condiciones peculiares. Explicó que, desde la perspectiva de mi familia y mi patria, mi padre estaba muerto, pero aquí, en el Sanatorio, esa muerte proyectaba solo una sombra sobre su existencia. Me aseguró que mi padre no sospechaba nada, gracias a un mecanismo extraordinario: en este lugar, el tiempo había sido retrocedido, retrasado a un intervalo indefinido donde la muerte aún no llegaba. Este “simple relativismo”, como lo llamó, permitía reactivar el pasado con todas sus posibilidades, incluyendo la esperanza de un restablecimiento.El paisaje que rodea al Sanatorio, descrito con tonalidades grises y oscuras, se presenta como un territorio onírico donde “toda la concavidad del horizonte oscurecía” y donde el bosque “se derramaba en chorros, en leves torrentes”.
Esta fluidez del entorno natural sugiere la maleabilidad del tiempo y el espacio en este lugar extraordinario. No es casual que el narrador compare la dinámica del terreno con “la marea alta que imperceptiblemente invade la tierra”, metáfora de cómo la muerte avanza sutilmente hasta engullir la vida. Particularmente reveladora resulta la descripción del follaje como “verde oscuro, casi negro”, con un color “raramente saturado, profundo y bondadoso como el sueño poderoso y reconfortante”. Esta analogía entre la vegetación y el sueño establece un puente conceptual clave para comprender la naturaleza del Sanatorio: un espacio donde la vida y la muerte, la vigilia y el sueño, se entrelazan hasta volverse indistinguibles.
Reflexión filosófica
El relato de Sanatorio bajo la clepsidra nos confronta con una meditación profunda sobre la naturaleza del tiempo y la muerte, temas que resuenan con las ideas de filósofos como Henri Bergson, quien exploró la percepción subjetiva del tiempo,(Bergson argumenta que el tiempo no es lineal, sino que se experimenta como una “durée”, un flujo continuo donde el pasado persiste en el presente, algo que podría reflejarse en la atmósfera del sanatorio), y también resuena a Martin Heidegger, cuya noción de “ser hacia la muerte” subraya nuestra relación existencial con la finitud. En este contexto, el Sanatorio se presenta como un espacio liminal, un no-lugar donde las leyes temporales de la realidad cotidiana son suspendidas. La idea de retroceder el tiempo para retrasar la muerte plantea preguntas éticas y ontológicas: ¿Es posible, o siquiera deseable, escapar del curso natural de la vida? ¿Qué significa “vivir” en un estado de existencia que solo es una sombra de lo que fue?

El ambiente opresivo y onírico del relato refuerza esta indagación. El tren olvidado, los paisajes grises y el silencio del Sanatorio evocan una sensación de alienación, como si el protagonista estuviera atrapado en un sueño del que no puede despertar. Este escenario refleja la noción de lo “extraño” de Sigmund Freud, donde lo familiar se torna inquietante. El tiempo detenido del Sanatorio podría interpretarse como una metáfora de nuestra incapacidad para aceptar la pérdida, un intento de aferrarnos al pasado a costa de vivir en una realidad distorsionada. Además, la interacción con los personajes, como el doctor Gotard y la asistenta, sugiere una desconexión entre el protagonista y el mundo que lo rodea. Sus comportamientos esquivos y sus explicaciones ambiguas refuerzan la idea de que el Sanatorio no es solo un lugar físico, sino una proyección de la psique del protagonista, un espacio donde intenta reconciliarse con la muerte de su padre. Desde una perspectiva existencialista, esto nos remite a la lucha por encontrar sentido en un universo indiferente, un tema central en las obras de Jean-Paul Sartre y Albert Camus. “Sanatorio bajo la clepsidra” es como pretexto un viaje, más bien es una exploración de los límites de la percepción humana y nuestra relación con lo inevitable. Confronta a pensar cómo el deseo de controlar el tiempo y la muerte puede llevarnos a habitar un espacio de irrealidad, donde la vida se convierte en una mera sombra de sí misma. Esta narrativa, con su atmósfera única y sus preguntas filosóficas, se erige como una pieza clave en cualquier colección que busque indagar en los misterios de la existencia humana.
.OTRO SANATORIO….
Sanatorio Bajo la Clepsidra: Una Paráfrasis Filosófica
En un rincón olvidado del mundo, donde el tiempo parece detenerse y plegarse sobre sí mismo, se desarrolla una travesía hacia lo insondable. Un viajero emprende un trayecto ferroviario por líneas secundarias casi abandonadas, en vagones arcaicos que parecen cápsulas de un tiempo pretérito, espacios laberínticos donde la realidad parece desdibujarse con cada kilómetro recorrido.
Este viaje no es meramente físico, sino una transición metafísica hacia un plano donde las leyes convencionales de la existencia se disuelven. Los vagones, descritos como “amplios como habitaciones sombrías repletas de rincones”, simbolizan los pasadizos de la conciencia que conducen hacia territorios desconocidos del ser. El frío penetrante, la soledad opresiva y el silencio casi sepulcral acompañan al protagonista, anticipando su ingreso a un espacio liminal entre dos mundos.
Es irreprochable la sensación de abandono existencial: “El tren reemprendía lentamente su ruta sin silbidos, sin jadeos, sonámbulo”. Esta personificación del ferrocarril como una entidad sonámbula sugiere un viaje entre estados de consciencia, una travesía hacia el umbral donde vida y muerte se confunden. El revisor de “uniforme negro” y “ojos totalmente en blanco” aparece como un psicopompo, un guía hacia el más allá que señala la dirección hacia el enigmático Sanatorio. Al llegar al Sanatorio, el protagonista encuentra un ambiente suspendido en un eterno presente. “Aquí siempre se duerme”, le informa una limpiadora, añadiendo enigmáticamente que “nunca llega la noche”. Estas declaraciones aparentemente contradictorias revelan la paradoja temporal que rige el establecimiento: un lugar donde el tiempo ha sido manipulado, desvinculado de su flujo natural, creando un espacio donde la muerte puede ser temporalmente burlada.
El núcleo filosófico del relato se revela en el encuentro con el doctor Gotard, quien explica el funcionamiento del Sanatorio: “Todo el truco consiste en que hicimos retroceder el tiempo. Nos retrasamos hasta un intervalo cuya duración es imposible determinar”. Esta manipulación temporal permite que aquellos que han fallecido en el mundo exterior continúen existiendo en este espacio liminal, inconscientes de su propia muerte. La idea de un relativismo temporal que permite la coexistencia paradójica de vida y muerte constituye el quid filosófico del relato. El Sanatorio representa un espacio metafísico donde se explora la naturaleza misma de la existencia y su relación con el tiempo. “La muerte que alcanzó a su padre en su país, aquí no ha llegado todavía”, explica el doctor, presentando una concepción no lineal del tiempo que desafía nuestra comprensión convencional de la vida y la muerte.
La atmósfera onírica que impregna todo el relato —desde los vagones laberínticos hasta el bosque murmurante, desde el personal con zapatillas silenciosas hasta los pasteles que nadie consume— contribuye a crear un espacio donde las leyes de la lógica cotidiana quedan suspendidas. El “Sanatorio” heterotopia foucaultiana, un contra-espacio que desafía y subvierte las relaciones espaciales y temporales convencionales.(Véase “Des espaces autres” la conferencia de 1967 de Foucault que está disponible en formato PDF en el sitio de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República, Uruguay.)
En un nivel más profundo, “Sanatorio Bajo la Clepsidra” explora la relación entre memoria, deseo y temporalidad como ya comenté con Deleuze, Heidegger y Bergson, entre otros. La clepsidra —reloj de agua— del título alude a un tiempo fluyente pero manipulable, contenible en cierta medida, como el agua en este antiguo instrumento de medición. El Sanatorio opera como una clepsidra metafísica donde el flujo temporal puede ralentizarse, permitiendo que la vida se prolongue en los márgenes de la muerte. El sanatorio descrito opera bajo una distorsión temporal que posibilita que individuos fallecidos en el mundo exterior persistan en un estado de existencia suspendida. Según explica el médico: “La muerte que afectó a su padre en su país aún no ha llegado aquí”, sugiriendo que el flujo del tiempo ha sido alterado para retrasar o neutralizar el evento mortal. Lo más intrigante es que los pacientes, sumergidos en esta realidad paralela, no sospechan ni pueden comprender su verdadero estado, permaneciendo ajenos a la paradoja que define su existencia en este espacio liminal.

Leave a comment